A pesar de que Brasil es un Estado laico por constitución que garantiza a todos los ciudadanos la libertad de expresión religiosa, la segunda vuelta del 30 de octubre se ha convertido en una especie de guerra santa entre el presidente Jair Messias Bolsonaro y su contrincante Luiz Inácio Lula da Silva. La razón es menos espiritual de lo que se cree. El voto, especialmente el de los evangélicos pentecostales, tiene un peso importante en el conjunto de las elecciones. En el último censo de 2010, había 42.275.440 evangélicos, el 22,2% del total de la población, una cifra que según los expertos ciertamente ha aumentado en los últimos 12 años. Para la empresa demoscópica Datafolha, en 2020 los evangélicos eran el 31%, el 60% de los cuales eran pentecostales. Además, en los últimos diez años se han abierto 21 lugares de culto al día.
No es casual que Lula intente perseguir este importante caudal de votos. Por el momento, sin embargo, según la última encuesta de Datafolha se ha limitado a aumentar su ventaja entre los católicos del 55% al 57%, mientras que Bolsonaro ha crecido entre los evangélicos del 62% al 65%. Tal vez sea también por estos resultados o para preparar el épico debate televisado de esta noche con el presidente que Lula ha pospuesto por segunda vez la publicación de su carta a los evangélicos, aconsejado por sus estrategas de campaña. Según los rumores publicados en la prensa brasileña, en este documento Lula pretende declarar su compromiso con la libertad religiosa y contrarrestar las falsas informaciones difundidas por los bolsonaristas, que también han utilizado el tema del aborto para atacarlo. De hecho, Lula ha vuelto sobre sus pasos desde el inicio de la campaña electoral y en su página web y en algunos vídeos electorales ha declarado ampliamente que está en contra del aborto.
En cuanto a Bolsonaro, la religión, evangélica y católica, forma parte incluso de su histórico lema político “Dios, patria y familia”. Durante uno de los últimos debates televisados un padre de la Iglesia Ortodoxa también candidato en primera vuelta, el exótico padre Kelmon, se limitó a hacer de ventrílocuo del presidente, demostrando el papel de la religión en la estrategia política de Bolsonaro. Incluso cuando nombró al juez André Mendonça para el Tribunal Supremo Electoral (STF), el presidente repitió varias veces que su elección se basaba en la orientación religiosa del magistrado. Durante su campaña electoral, además, Bolsonaro utilizó a menudo el tema del supuesto riesgo de pérdida de la libertad religiosa en caso de victoria de Lula. Citó la persecución de sacerdotes y de la Iglesia católica en Nicaragua por manos del dictador Daniel Ortega. “Nos arriesgamos a que, si gana el PT, se cierren las iglesias y se persiga a los cristianos”, repitió más de una vez.
Bolsonaro incluso, acaparó la escena en el día de la patrona nacional de Brasil, Nuestra Señora de Aparecida, el 12 de octubre. En el santuario católico más famoso del país, situado en una ciudad de 120 mil habitantes a 170 km de San Pablo, su entrada para asistir a la misa de aniversario creó mucha controversia ya en el patio de la iglesia, donde sus partidarios, que habían llegado allí con banderas y camisetas brasileñas, se enfrentaron verbalmente con camarógrafos y fieles. En el mismo lugar, el PT distribuyó folletos en los que se afirmaba que “todas las religiones e iglesias serán respetadas y tratadas con dignidad, como hemos hecho en nuestros anteriores gobiernos”. Uno de los sacerdotes del santuario, el padre Camilo Jr, restableció el orden durante el sermón. “Hoy no es un día para pedir votos, sino para pedir bendiciones”. El padre Orlando Brandes, que dirige el santuario, pidió a los fieles que dieran “prioridad al bien, la verdad y la justicia que el pueblo merece”.
El obispo de Luz, en Minas Gerais, Don Mauro Morelli, fue más allá, escribiendo en Twitter que en Aparecida “Bolsonaro se comportó como un agente de Satanás”. Una opinión no del todo imparcial, dado que el obispo había declarado previamente que iba a votar por Lula. Sin embargo, incluso los sacerdotes se han dividido en este Brasil polarizado hasta el extremo. El padre Pablo Henrique de Faria, párroco de Iporá, en el estado de Goiás, en un audio enviado a un fiel pro Lula, dijo que quien vote a Lula “pagará en el juicio universal”. Ante este escenario de los tiempos de la Inquisición, la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) se ha distanciado. En la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de Aparecida, había declarado que la manipulación religiosa “nos aleja de los valores del Evangelio y del enfoque de los verdaderos problemas que hay que discutir y abordar en el país”. Además, al margen de la campaña electoral, la CNBB reiteró en varias ocasiones su condena a “la utilización de la religión por cualquier candidato como instrumento de su campaña”. Para el cardenal Odilo Scherer, arzobispo de San Pablo, en cambio, los dos candidatos han tenido poco en cuenta al electorado católico. “Se corre el riesgo de que ambos salgan perjudicados”, dijo en una entrevista con el diario Folha de São Paulo.
Es un hecho que la llamada bancada evangélica, el bloque de los legisladores evangélicos en el Congreso, aunque haya disminuido de 84 parlamentarios en 2018 a 65 este año, siempre ha tenido un papel importante, incluso apoyando a Lula y a Dilma Rousseff en el pasado. Solo desde 2014 comenzó a criticar al PT hasta que en 2018 destacados líderes como el pastor Silas Malafaia, de la iglesia Asamblea de Dios Victoria En Cristo (ADVEC), y Edir Macedo, de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), declararon su apoyo a Bolsonaro. Los temas de este bloque político son los conservadores queridos por Bolsonaro, principalmente relacionados con la familia como la prohibición del aborto y del matrimonio gay.
Una encuesta de Datafolha publicada ayer revela que para el 59% de los entrevistados la religión de los candidatos es importante en su decisión de voto. Para los votantes de Bolsonaro es más importante que para los de Lula, en una escala de 1 a 5, 4,2 frente a 3,3.
Mientras tanto, crece el temor a una escalada de la violencia en nombre de la religión. En el estado de Ceará, en Fortaleza, el pasado viernes un hombre disparó contra una iglesia evangélica a la que la esposa de Bolsonaro, Michelle, debía llegar una hora después para un acto electoral. Sólo se espera que la guerra santa no se convierta en una guerra real que ni Dios, ni Alá, ni Yahveh ni ninguna otra deidad quieren.
Fuente: INFOBAE