Por segundo año consecutivo la pandemia del coronavirus ha frenado algunas de las tradiciones que los residentes de los barrios de la capital dominicana disfrutaban.
Ahora hay preocupaciones y restricciones para evitar la expansión del nuevo coronavirus.
Las piscinas, poncheras gigantes con agua, reuniones familiares y uno que otro alboroto en las aceras y esquinas de la ciudad, imperaban en años anteriores para estas mismas festividades católicas. Sin embargo, desde el año pasado se han vivido dos Semanas Santas muy atípicas ante la aparación del Covid-19.
La recoleta para comprar piscinas inflables a los niños e instalarlas en las aceras o en calles del barrio se desvaneció por la incidencia del coronavirus impidiendo el “junte de personas” para evitar la propagación de la enfermedad, que ha provocado más de 3 mil 300 muertes hasta la fecha.
En algunos negocios hay enganchados los salvavidas y piscinas inflables que en tiempos atrás estarían en las aceras rebosados de agua con niños brincando dentro. Ahora están de ventas pero sin muchos compradores.
No obstante, hay excepciones. Curiosos en busca de estas costumbres un equipo de Listín Diario realizó un recorrido por los principales barrios de la ciudad y solo “alcanzó a ver” una casa humilde armar una piscina para una cantidad de niños que no era mayor a cinco.
Para poder llenarla compraron agua y justo en ese momento llegó el camión que habían llamado por el servicio. El mismo se estacionaba de reversa mientras uno de los hombres que prestaba asistencia se ubicaba del lado donde reposa la manguera para proceder a desmontarla cuando el camión terminará de ubicarse.
La pequeña alberca era del color azul característico que las representa. Estaba ubicada frente a unas jardineras que adornaban la galería de la casa amarrilla con verjas desgastadas.
Los agraciados niños rodeaban la piscina inquietos en espera de poder sumergirse en ella como pez en el agua. Una señora los observaba para que no entraran hasta que esté finalmente preparada. Ganas no les faltaban a los niños de entrar a destiempo aunque no tuviese agua. Su algarabía lo denotaba.
El silencio en las calles estaba impregnado por todos los alrededores de las casas donde no se veía mucho movimiento de personas.
Los colmados y algunos que otros puestos de frituras estaban funcionando en las esquina como de costumbre aunque con poco flujo de personas.
Ayer, Viernes Santo los residentes de algunos barrios acostumbraban a reflexionar de una manera muy peculiar la cual ha quedado ausente en esta Semana Mayor.
Los fogones improvisados en las aceras para inventar habichuelas con dulce después de hacer un “serrucho” entre los moradores también quedó omitido en estas festividades.
La ciudad parece otra ayer, un día sagrado para muchos y por ende no se atreven a encender un radio ni comer carne. Los creyentes acuden a comprar pescado para almorzar de manera tradicional.
Mientras que los no religiosos hacen caso omiso.
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