Donald Trump está dirigiendo el tipo de campaña que le gusta, pero no la que podría necesitar
Con poco tiempo para cambiar la trayectoria de la contienda, hay una gran separación entre su experiencia del presidente con los análisis sobrios de los directivos del Partido Republicano
En público, el presidente estadounidense Donald Trump y su equipo de campaña proyectan una imagen de optimismo y bravuconería. Cuando los asesores presidenciales se reúnen con los donantes republicanos y los líderes de los partidos estatales, estos insisten en que son totalmente capaces de ganarle a Biden por un estrecho margen el 3 de noviembre.
En la televisión y en las apariciones de la campaña, Trump y sus hijos descartan las encuestas públicas que sugieren que sus posibilidades son menos luminosas. El calendario de eventos del mandatario está repleto hasta el día de las elecciones y los asesores predicen un programa de tres mítines diarios para las últimas semanas de la contienda. Cuando Trump contempla la posibilidad de una derrota, lo hace en un tono de negación e incredulidad.
“¿Se imaginan si perdiera?”, le preguntó a una multitud el viernes.
En privado, la mayoría de los miembros del equipo de Trump reconocen que no es una posibilidad descabellada.
Lejos de su candidato y de las cámaras de televisión, algunos de los asistentes de Trump reconocen en voz baja lo grave que parece ser su situación política y su círculo íntimo ha vuelto a sumirse en un estado de recriminaciones y difamación. El presidente y algunos asesores políticos culpan con furia a Mark Meadows, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, por la manera en que manejó la reciente hospitalización de Trump y se cree que es poco probable que mantenga su cargo más allá del día de las elecciones.
El director de campaña de Trump, Bill Stepien, ha sostenido ante republicanos de alto nivel que el presidente tiene ventaja en la contienda, aunque en ocasiones ha admitido que el margen es pequeño.
Algunos asistentes de campaña de nivel medio incluso han empezado a buscar empleo en el Capitolio después de las elecciones, al parecer suponiendo que el gobierno de Trump no tendrá un segundo periodo en el cual puedan trabajar (no se sabe con claridad cuán atractivo les parezca a los empleadores del sector privado que hayan trabajado en la campaña de Trump).
Menos de tres semanas antes del día de las elecciones, un extraordinario abismo separa la experiencia de Trump en la campaña de las evaluaciones políticas más serias de varios funcionarios y operadores del partido, según entrevistas con casi una decena de estrategas republicanos, aliados de la Casa Blanca y funcionarios electos. Algunos de los subalternos de Trump muestran una mezcla de determinación y resignación: la sensación de que lo mejor que pueden hacer para la recta final es mantener al presidente ocupado, feliz y fuera de Twitter tanto como sea posible, en lugar de implementar un cambio importante en la estrategia.
A menudo, su mayor obstáculo es el mismo Trump.
En lugar de enviar un mensaje de cierre enfocado, encaminado a cambiar la percepción de la gente sobre su manejo del coronavirus o de exponer las razones por las que puede revivir la economía mejor de lo que puede hacerlo Biden, Trump pasa los días que quedan antes de las elecciones entre una mezcla familiar de quejas personales, ataques a sus opositores y ofuscaciones. Se ha presentado como una víctima, ha evitado preguntas sobre sus pruebas de coronavirus, ha atacado a su fiscal general y al director del FBI y ha sido ambiguo sobre los beneficios de usar cubrebocas.
Los estrategas dicen que, en vez de trazar un contraste coherente con Biden en la economía, el presidente prefiere atacar a Hunter, el hijo de Biden, por los negocios de este y lanzar insultos personales como “Joe el adormilado” en contra de un candidato cuyos índices de favorabilidad son mucho más altos que los de Trump.
“Muchos consultores republicanos nos sentimos frustrados porque queremos que la campaña del presidente se centre a detalle en la economía”, dijo David Kochel, un estratega republicano de Iowa. “Su mejor mensaje es: Trump construyó una gran economía” y la COVID-19 la dañó y Trump es una mejor opción que Biden para restaurarla, explicó.
“A nuestra base electoral le encantan los chismes sobre Hunter Biden, las computadoras portátiles y el alcalde Giuliani”, añadió Kochel. “Pero ellas ya van a votar por Trump”.
Antes de la inesperada victoria de Trump en 2016, su campaña también recurrió a la fanfarronería pública y a sentir ansiedad en privado por la aparente probabilidad de una derrota. Sin embargo, entonces, a diferencia de ahora, Trump cerró su campaña con un mensaje constante y contundente en el que atacó a Hillary Clinton con afirmaciones de que se trataba de una persona corrupta con información privilegiada y prometió cambios económicos radicales, un argumento mucho más claro que el que ofrece hoy.
Stepien y otros líderes de la campaña de Trump, incluido Jason Miller, un estratega de alto nivel, han enfatizado ante los republicanos en Washington que esperan superar las encuestas públicas. Dicen que sus propios datos sugieren que, en varios estados, incluidos Arizona y Pensilvania, la contienda está más reñida que en las encuestas realizadas por las organizaciones de noticias. Apuestan a que el registro electoral y la maquinaria de participación que el equipo de Trump ha construido en los últimos cuatro años les dará en última instancia una ventaja en los estados fuertemente disputados el día de las elecciones.
A pesar de ello, algunos republicanos importantes han observado en un nuevo lenguaje directo la posibilidad, e incluso la probabilidad, de una derrota presidencial. El senador de Carolina del Sur Lindsey Graham, un aliado cercano de Trump, dijo la semana pasada que los demócratas tenían “una buena oportunidad de ganar la Casa Blanca”, mientras que el senador de Nebraska Ben Sasse dijo que su partido podría estar ante una “masacre”.
En algunos aspectos, la trayectoria de la campaña de Trump en sus últimas semanas refleja debilidades estructurales y divisiones internas añejas.
Desde sus inicios, la campaña nunca contó con un estratega dominante, un papel que siempre ha desempeñado un presidente con una visión poco clara de la clase política profesional. En una entrevista en julio con The New York Times, Jared Kushner, asesor de la Casa Blanca y yerno del presidente, habló con honestidad sobre quién estaba a cargo de la campaña de 2020: Trump, dijo, era “de hecho, el director de campaña al final del día”.
El primer director de campaña de Trump, Brad Parscale, se centró en gran medida en la construcción de la infraestructura en línea y en su utilización para recaudar fondos, mientras que Kushner supervisaba su trabajo.
Stepien, quien sustituyó a Parscale en julio, es considerado en Washington como un hábil estratega que conoce los principios básicos. Sin embargo, con una ventana de tiempo pequeña antes de las elecciones, no ha intentado redibujar el libro de jugadas de Trump.
Durante gran parte de los últimos cuatro años, Kushner se había presentado como el principal ejecutor de la campaña de reelección, pero se retiró de ese papel durante el verano y en septiembre, cuando era evidente que el entorno político se había deteriorado. En su lugar, se dedicó de lleno a una serie de negociaciones diplomáticas en el Medio Oriente con poca relevancia para las elecciones. Según los funcionarios, en las últimas semanas, ha estado más ocupado.
Los asesores de Trump no han perdido la esperanza de un cambio de suerte. La campaña del presidente, que enfrenta una crisis financiera, parece estar concentrando su publicidad en un puñado de estados que le dan algunas posibilidades de ganar en el Colegio Electoral: los estados disputados de la región del Cinturón del Sol, como Florida, Arizona, Georgia y Carolina del Norte, así como Pensilvania, el mayor estado pendular del norte del país, según datos de la empresa de seguimiento de medios Advertising Analytics. Los viajes de Trump de la semana pasada y en los próximos días reflejan en gran medida esas prioridades.
La campaña ha hecho mayores reservas publicitarias a partir de la próxima semana en estados como Wisconsin, Minnesota, Ohio y Iowa, aunque con frecuencia ha ajustado o cancelado las reservas a medida que se acercan sus fechas de inicio.
Mientras tanto, Trump negocia las desviaciones de su propio calendario de actividades para ayudar a las personas que le importan personalmente; por ejemplo, es probable que programe un evento con Graham. Aunque el viaje se traslaparía con un mercado de medios de Carolina del Norte, y es algo que Trump quiere hacer, no ayudaría mucho a su propio mapa electoral.
Este tipo de distracción es lo que aumenta la sensación de frustración en el Capitolio e incluso dentro del Ala Oeste, en relación con que muchos republicanos consideran que hasta ahora octubre ha sido un mes desperdiciado, también por la decisión de rechazar un segundo debate.
“La realidad es que tal vez se les haya acabado el tiempo”, afirmó Rob Stutzman, un estratega republicano con sede en California. “Necesitaban con desesperación que el debate tuviera una mayor audiencia y que se les diera la oportunidad de ofrecer algún tipo de contraste que cambiara la trayectoria de la contienda; es decir, un Trump distinto o una oportunidad para que Biden metiera la pata. Esa era su mejor esperanza para anotarse un punto de último minuto”, agregó.
© The New York Times 2020
Fuente: infobae.com